Érase una vez un hombre cuya dureza física hacía pensar a todo el mundo que su cuerpo estaba forjado de acero y que el recubrimiento de piel era un disfraz para pasar desapercibido, como los personajes de esas películas de humanoides y replicantes.

Este hombre, a pesar de toda esa dureza, de su capacidad de sacrificio que incluso rayaba el masoquismo, tenía un carácter bondadoso, muy noble y alegre, al mismo tiempo.
Sabía ser maestro para los más débiles que él, ayudándoles a forzar sus capacidades para que lograsen sus objetivos.
Era tierno con los niños, amable con las mujeres, sincero con todos.
Desempeñaba su profesión con más brío y voluntad que ningún otro. Arriesgaba, porque su confianza en él mismo estaba por encima de cualquier riesgo que le pudiese plantar cara.
Corría en montaña con los mejores resultados: El número uno en todas las cimas, el mejor bajando por donde sólo las cabras son capaces de hacerlo, el que más alto subía en todos los podios.
Y además, cantaba como los ángeles.

Hoy hace dos años que se marchó. Él, que siempre estaba atento a todo, como un animalillo astuto, como su Caña y su Huesillo, no pudo percatarse de lo que iba a acontecer en un único instante fatal. La carretera nos lo arrebató tan injustamente...

Ya sólo podemos acercarnos a él a través de los grandes recuerdos que nos quedan en nuestras mentes y de las imágenes que están grabadas a fuego en nuestras retinas:
Muchas anécdotas, un montón de frases peculiares y risas... porque Fernando era capaz de animar a cualquiera con sus ocurrencias.
Sirva este post para rendir obligada memoria a su persona; sirva, para poner como ejemplo a seguir a este personaje sobrehumano que nos ha dejado a muchos un vacío muy grande.

Fernan, qué grande eres!!!
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