lunes, 27 de octubre de 2008

La cara dulce del otoño

Querido amigo...

qué bonito es retomar viejas costumbres... revivir antiguas sensaciones... experimentar de nuevo los hábitos de la adolescencia tardía (o la temprana madurez).

Hoy fue uno de esos días aprovechados desde el amanecer hasta el anochecer. Pero, simplemente, porque al final del mismo, cuando son más de las 23.00 horas, valoras lo vivido y sientes que has exprimido el tiempo al máximo, pero saboreándolo, sin agobios... sin la necesidad de corretear de un lado para otro porque no te da tiempo a hacer todo lo que tienes pendiente.


Solamente tenía que dejar pasar las horas y cumplir con unas pequeñas obligaciones que, de manera extraordinaria, en lugar de apelotonarse en el tiempo, dejaban entre sí el suficiente margen de minutos como para que todo cuadrase de forma perfecta.


Y como lucía un sol precioso en este otoñal día madrileño, yo me dejaba querer por la brisa suave, que me acercaba los sabores y olores que, a pesar de todo lo malo de Madrid... de toda la polución y la insalubridad de una gran ciudad como esta... permanecen en la atmósfera urbana, luchando por hacerse apreciar entre los humos y pestilencias varias.


Así que, mientras bajaba relajadamente por el Paseo de las Delicias, murmurando para mí los contenidos de los apuntes de los que me tenía que examinar en breves instantes, los aromas de las pequeñas charcuterías, de las peluquerías "de toda la vida" o del Donner Kebah de 200 metros más abajo (hay que ver con qué antelación percibes el olor de la pseudocarne de estos negocios!), interrumpían mis pensamientos; me sacaban de mi ensimismamiento y me llevaban a otro tipo de ideas y recuerdos:



Qué hermosos los largos paseos por el centro de Madrid en la época de la Universidad! Cuánto he echado de menos esos ratos al darme cuenta hoy de lo poco que lo hago últimamente.
Pero sólo así me gustan: exprimiendo. Pudiendo sacar la esencia de cada momento banal; gozando por el simple hecho de gozar.


Y es que hoy, día de esperado DESCANSO TOTAL, después de una semana de más de 13 horas de entrenamiento, tenía necesidad de desconectar de lo habitual para sumergirme en lo que, a pesar de ser cotidiano, no atiendo con frecuencia.


Ha sido un placer romper con el hábito: Pasear con calma, volver a repasar apuntes mientras el sol me hace compañía en un parque solitario, comer en un sitio cualquiera con mi pequeño, poner un lacre a las gestiones pendientes... Y VIVIR, sin más...

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